Mientras por un lado, el Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Clapes UC, plantea que la economía chilena ya está en recesión, desde el gobierno, el ministro de Hacienda, Mario Marcel, aclara que si bien este año se observan caídas, tendremos un crecimiento positivo. No le gusta ocupar ese término e insiste en fijarse en la trayectoria, y sus proyecciones son que al menos en la segunda mitad de 2023 y, probablemente, en tres trimestres, tendremos la economía creciendo.
Por su parte, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) dice que, impulsada por las altas tasas de interés, la inflación y la invasión rusa a Ucrania, se espera que la economía mundial tenga un modesto crecimiento este año. Tampoco habla de recesión.
En Chile y en el mundo estamos transitando un tiempo de control de la inflación, un período de ajuste monetario, con menos liquidez y más necesidad de salir a trabajar, con más disponibilidad de insumos críticos y de talento, debido a la mejora en las cadenas de suministro y un mercado laboral más contraído. Un ajuste necesario que debía ocurrir y que podrá ser doloroso pero, afortunadamente, es de esperar que sea de corto a mediano plazo.
Me inclino a pensar que en Chile estamos pasando por la peor parte de la contracción. Los fundamentos de la economía chilena continúan fuertes. Nuestros recursos naturales, particularmente cobre, litio y otros minerales, están teniendo un rol muy importante en la descarbonización de la matriz energética y en el aporte a industrias renovables por lo que la demanda seguirá al alza. Además, con una matriz exportadora sólida, con tipo de cambio alto y con la añorada firma del TPP11 en camino, hemos logrado que decisiones que estuvieron entrampadas por un tiempo tomen forma y avancemos.
Tratándose entonces de un tránsito de meses, del que queremos salir fortalecidos, las empresas deben prepararse para que esto ocurra. Es un tiempo distinto, pero que se tiene que enfrentar con el ánimo de un deportista que se prepara para una gran prueba, reduce el consumo de grasas en su alimentación e instaura un riguroso plan de entrenamiento.
Lo primero es no entrar en pánico, las compañías deben planificarse y tomar medidas estratégicamente coherentes y tácticamente asertivas. El foco debe estar puesto en reducir o racionalizar gastos que no impacten el core del negocio, ni debiliten su posición competitiva en el mediano plazo. En simple, cortar grasa, pero sin tocar el músculo de la empresa.
Para hacerlo bien, hay que identificar o ratificar dónde están las ventajas competitivas de la compañía, y preocuparnos por protegerlas. Evitar proponer metas de reducción de costos que traten a todos por igual. El análisis de optimización debe priorizar lo esencial, cuidar clientes críticos, y mantener informados a nuestros proveedores de la situación contingente, para transitar este tiempo juntos.
En el ajuste organizacional, blindar el talento clave para la consecución de los objetivos, dar oportunidades de crecimiento a quienes tienen potencial y ser decisivos en ajustar lo que no calce con el plan estratégico a futuro.
Estamos en una parte difícil de la carrera, en la que se siente el agotamiento, pero con el plan de entrenamiento y la toma de medidas estratégicas a tiempo, transitaremos hacia un ciclo de mercado mejor. Es tiempo de ponerse en forma, proteger lo esencial para salir fortalecidos.